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quimeras

Mi forma preferida de matar es tiempo es fantasear con las verdades. Caminar sobre un cable de acero invisible entre todos los mundos posibles y el puto despertador el lunes por la mañana. Soy mejor que Homero navegando y mejor que Dante en mis infiernos. Mi único problema es mi completa falta de equilibrio, una tendencia voraz hacía los abismos y una predilección absurda por las mentiras, las verdades a media voz y las miradas susurrantes.  He visto mariposas desde mi ventana, ¿las escuchas?¿ya me quieres?  Al final te he guardado en una caja. Sabes que me encanta perder cosas. Las llaves, el rumbo, las ganas y hasta el candado de mi bici. ¿Sabes que el mar se ilumina desde las entrañas? Pasa sólo a veces, y puedes ver como palpita una luz en el fondo; a mi me entraron ganas de caer dentro y respirarlo cerquita pero me conformé con mirarlo desde fuera, casi sin parpadear, y decirle que aquella había sido mi estación favorita. Me llenó la noche de luces, de pájaros y de medusa...
Amanezco en llamas. Son las cuatro de la mañana. He vuelto a tener una pesadilla de esas que no se deben recordar. ¿Quieres qué te la cuente?  Un sueño brillante en el que iba dejando cadáveres a mi paso, en una carretera inmaculada hacía ningún lugar. Había arena, y olía a sal y el frío me quemaba los pies desnudos y entre mis dedos resbalaba, llena de luz, la sangre de otro cobarde. Estaba amaneciendo y yo sólo sentía ardiendo en mi interior una rabia salvaje. Sólo quería cabalgar el fuego oscuro de mis demonios. Arrasar los campos yermos que salpicaban la ladera de la montaña. Me lamía los dedos, mirada de loba y sonrisa escarlata; y podía saborear el hierro en mi lengua. Intentaba echar a correr, arder. Pero el suelo empezó a temblar, tus latidos más lentos estaban rompiéndolo todo. Y caí. La lluvia me mojaba la cara, empapada en mitad de la calle, desnuda; y entre mis piernas reptaba un líquido denso, tan oscuro como la noche que se cernía sin piedad sobre mis hombros. Botelli...
Las preguntas sin hambre son mi lastre preferido. Un arma de doble filo a la que no me termino de acostumbrar, leer poesía en braille cada vez que abro la boca. Los cómo estás sin intención de descubrirse las pupilas, las vidas protocolarias de café de media tarde, las conversaciones de ascensor en cenas de cinco platos: el vino, la crisis, las colas, tus padres y de postre, el vacío que te besa las entrañas.  Sonreír de medio lado y recordarme que sí, que sobrevivir es un verbo muy cabrón.
 No estoy hecha para ti si tienes vértigo . Y tú lo tienes, a veces.  Rompiste esta coraza, a quemarropa, el día que te tragaste las palabras por enésima vez. Nos veo aún mirando al techo sabiéndonos en ruinas pero tan seguros de que podríamos construirnos un jardín en las afueras, cerca del mar y de su risa, de las montañas y de una carretera infinita. Has jugado con mi cobardía valiente, la estrellaste contra la pared cuando te abrí la puerta a la grieta de mi vida, cuando te leía la piel a besos y te escribía los domingos. Los putos domingos. Aún me acuerdo del día en que volviste a recoger los pedazos, exigiendo un soldado dispuesto para la batalla, con la ternura a cuentagotas y arena de playa en los bolsillos. No entendiste nada de lo que no te expliqué, no entendiste que no era una guerra cuando me hablabas de otros besos, que mi paz y mis entrañas no se conquistan desde la mitología, que soy un elemento efímero que no soporta la presión, el hastío ni toda la existencia...
  ¿Crees que podemos contarnos los huesos desde el horizonte? Yo creo que, desde aquí, puedo rozar tus cicatrices con mi lengua y su saliva. Pero no es suficiente. Me falta la sal en los labios, la noche inocente, el silencio en la cama, tu casa haciéndose pequeña en el retrovisor, la calma escuchando tus latidos frenéticos después de ardernos. Desde este mar ennegrecido escucho los lamentos de mis vísceras, de lo más oscuro, de lo más oculto. Y las cicatrices que rozo son las mías, reabriéndose, brotando un riachuelo escarlata en el que me voy ahogando, despacio, recordando intranquila que mi cuerpo ha sido campo de demasiadas batallas y que en todas ellas he acabado salvando de la muerte a algún soldado desertor, de esos que vuelven cuando la sangre se ha secado y huele a río.     Nos hemos atrincherado mis miedos y yo en una habitación de prestado, en un país de contrabando con mar, reyes y coronas. Con la sal lamiendo cada calle y un cielo de ceniza. Puedo oler el...
No necesitaban palabras, pero aquel juego les divertía de sobremanera. Sol de media tarde entrando entre las cortinas, una mesa olvidada en la esquina de un café abarrotado. La mirada indiscreta de una señora que fingía. Que lo fingía todo, todo el tiempo; pero no podía evitar mirarlos. Puro magnetismo.  Y el camarero pasando a toda prisa, malabarismos de bandeja y pajarita. Camisa cara en un cuerpo  maltratado por una jornada laboral que humilla. ¿Para esto tantas huelgas, para esto el sudor de un padre orgullo de la clase obrera? Y en la barra, soberbia herida a golpe de whisky y mirada de desprecio entre sorbo y sorbo. Y qué guapa vienes hoy. "Es mi uniforme", ojos de fuego mientras sigue secando las tazas que acaban de salir de la cocina.  En la olvidada mesa del rincón, sus miradas se cruzan. Él se aclara la garganta, junta las manos en un gesto ceremonioso y despega los labios a un ritmo etéreo.  - Necesito tiempo. Ella, que lo mira curiosa...

Ni el final ni el principio

Desde mi ventana ahora veo nidos de hormigón, vidrieras a otras vidas, asfalto herido de ausencias, el final de la avenida, quince minutos de sol entrando a través de la persiana mal cerrada a las nueve de la mañana. Una sombra en el balcón del tercer piso, pulso incandescente de caladas. Debe de ser el décimo quinto cigarrillo del día. Las luces encendidas de, al menos, siete habitaciones. Desafiando el toque de queda de este ritmo sin orgasmos. ¿Cómo duermen los demás sabiéndose presos? Y me imagino que sí, que esta es la última escena de la película. Debe de serlo, porque llevamos dos semanas mirándonos fijamente. No puedo evitar sonreír pensando en lo que diría mi padre si me viera en bragas en el balcón, con la barbilla apoyada en la barandilla, guiñándote un ojo mientras imagino que hago estallar tu edificio.  Veintisiete coches han cruzado entre tu casa y la mía. Y todo lo que íbamos a ser huye a ciento treinta por la autopista.Y, joder, me voy a quedar sin sabe...