¿Crees que podemos contarnos los huesos desde el horizonte? Yo creo que, desde aquí, puedo rozar tus cicatrices con mi lengua y su saliva. Pero no es suficiente. Me falta la sal en los labios, la noche inocente, el silencio en la cama, tu casa haciéndose pequeña en el retrovisor, la calma escuchando tus latidos frenéticos después de ardernos.
Desde este mar ennegrecido escucho
los lamentos de mis vísceras, de lo más oscuro, de lo más oculto. Y las
cicatrices que rozo son las mías, reabriéndose, brotando un riachuelo escarlata
en el que me voy ahogando, despacio, recordando intranquila que mi cuerpo ha
sido campo de demasiadas batallas y que en todas ellas he acabado salvando de
la muerte a algún soldado desertor, de esos que vuelven cuando la sangre se ha
secado y huele a río.
Nos hemos atrincherado mis miedos
y yo en una habitación de prestado, en un país de contrabando con mar, reyes y
coronas. Con la sal lamiendo cada calle y un cielo de ceniza. Puedo oler el
metal de mis costillas, de la coraza enquistada. Y en la penumbra, entre la
bruma, siento el aliento del lobo que espera, paciente, a que empiece la
cacería. ¿Soy una farsa?
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