Ni el final ni el principio

Desde mi ventana ahora veo nidos de hormigón, vidrieras a otras vidas, asfalto herido de ausencias, el final de la avenida, quince minutos de sol entrando a través de la persiana mal cerrada a las nueve de la mañana.

Una sombra en el balcón del tercer piso, pulso incandescente de caladas. Debe de ser el décimo quinto cigarrillo del día. Las luces encendidas de, al menos, siete habitaciones. Desafiando el toque de queda de este ritmo sin orgasmos. ¿Cómo duermen los demás sabiéndose presos?

Y me imagino que sí, que esta es la última escena de la película. Debe de serlo, porque llevamos dos semanas mirándonos fijamente. No puedo evitar sonreír pensando en lo que diría mi padre si me viera en bragas en el balcón, con la barbilla apoyada en la barandilla, guiñándote un ojo mientras imagino que hago estallar tu edificio. 

Veintisiete coches han cruzado entre tu casa y la mía. Y todo lo que íbamos a ser huye a ciento treinta por la autopista.Y, joder, me voy a quedar sin saber que había después del plan de perfecta idiota con el que me vestí la mañana que te dije que todo iba a arder, y que me moría de ganas de bailar con las cenizas.

¿Quieres ser mi canción de cuarentena? 

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