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Mostrando entradas de marzo, 2024

Domingo de resurrección

Camino de puntillas cien metros detrás de tus silencios. Con las manos frías y una serpiente arrastrándose entre mis costillas, retorciéndose en mis pulmones cada vez que no me quieres besar. Me digo que si, que ahora luego; al cruzar esta calle, al pasar aquel semáforo, al atardecer, al volver a casa; entonces te acordarás de cómo te gusta cuando mi lengua se abre paso en tu boca y me arrinconarás en el ascensor, con prisa por quemarme la ropa, mordiéndome el labio con tu calma, como si no estallara el universo cada vez que me tocas. Pero cruzamos la calle y me sueltas la mano; pasamos el semáforo y no me hablas del hambre salvaje que te crece en el pecho; se cae el sol entre las colinas y ahora todos pueden sentir este frío que llevo dentro; volvemos a casa y no nos encuentro porque hay algo más, algo denso y pegajoso que no me deja acercarme a ti sin llorar.  Estoy leyendo a Almudena Grandes y me repito como un rezo que si aprendo a fumar con abandono, si empiezo a llevar bragas bla

Esta tierra nuestra

  Tu siempre me mirabas con tus ojos de lobo retirado, sonriendo con las orejas puntiagudas, con la calma impertérrita del cazador acostumbrado a la brisa , me rozabas la nuca con la punta de los dedos y todo en mi cuerpo temblaba. Te sabías dueño de mi pecho, padre de mis miedos y anfitrión de ese mundo que sólo nosotros compartíamos. Temblaban los cimientos de mi vida: unas caderas que no me pertenecían desde que las conquistaste a bocados; un cuerpo que resucitaba cada vez que respirábamos el mismo aire; unos ojos que habían aprendido a mirar a través de los tuyos, reflejándose en tus pupilas. Me crecían, salvajes, las ganas de abrirte en canal y lamerte los huesos. Acercarme a tu alma y plantar una semilla. Y ver crecer con el tiempo ese árbol, ese niño con tus ojos que en realidad era mío. En los orgasmos veía flores. Y luego, la noche. Con el tiempo aprendí a devolverte aquella mirada de loba hambrienta a deshora. A dejar de mirarte desde la herida, desde el dolor tierno e í