Hay días que no pueden prometerte más cuando empiezan colgados del cielo, luchando el miedo al vacío desde la poderosa posición de cuerda de vida. Y sin embargo lo hacen, dibujan rectas eternas a ritmo de ti, del tonto puntaje de unos acordes que no terminas de entender. Y las rectas se convierten en delicadas curvas, y los acordes en risas, y el sol cae acompasándose a nuestras respiraciones, ralentizándose, como volviendo atrás en el tiempo. A aquellos otros días, dónde mi caricia preferida era sobre una página para seguir navegando otro mundo, dónde la ciudad se nos hacía de noche y la vista se nos nublaba de vida. Y llegamos, y entendemos que fácil es llamar hogar a una casa extraña cuando provocamos incendios en cada habitación.

Y, en algún momento, mientras bajas de nuevo unas escaleras que no recordabas haber pisado con tanto celo, cuando alguien prepara una de esas ensaladas, y quemamos los malos deseos en forma de leña, cuando las cervezas se comparten a sorbos, sin más dueño que la letra con la que le arrancan la chapa, y brindamos a golpe de miradas, y entre un mar de risas; en alguno de esos instantes una parte de ti reza para pausarlo y te dan ganas de caminar de puntillas, de respirar despacio, de hablar en susurros para no romperlo todo.

Luego, con los platos sucios y un cielo que no termina de nacer, nos tumbamos a planear el asesinato de la incertidumbre, y vamos matando poco a poco las incógnitas. Y me siento un poco suicida, con esta sinceridad tan imparable, mientras miro al cielo y nos imagino en cualquier otra parte, con cualquier otra noche sobre nosotros.

Siempre un poco parecidos a ese héroe que luchaba contra gigantes, un poco mágicos, caminando entre brazos de hierro que mueven el mundo.

Comentarios

Entradas populares de este blog

La tierra prometida

Domingo de resurrección

añicos