Escribo con tiza los días que llevo sin verte, y termino cansada de pintar en la pared todos los ratos que nos quedamos a medio vivir. Sigo planeando las semanas, ya sabes, con el fosfi en una mano y la agenda en la otra; sin embargo hace tiempo que dejó de ser tan divertido si entre las páginas de exámenes no aparece ninguna frase de las tuyas, si en Junio no hay un montón de monigotes disfrutando de su propio final de curso, si un día como hoy se puede escribir sin tropezarse en cada línea con un cumple Paula.

Supongo que las clases de química seguirían siendo jodidamente aburridas aunque tú estuvieses, aunque yo no vuelva a tocar uno de esos libros en mi vida. Sin embargo, a veces me parece que las echo de menos: a ellas, a comprobar que nuestro sistema nervioso funciona correctamente a golpetazo de rodilla, a darnos cuenta de que las fórmulas se han multiplicado en la pizarra y no nos enteramos de nada, a mirar incansablemente Twitter y partirnos de risa desde la primera fila.

Me he pasado la vida oyendo hablar de ti, y sin tener ni idea de quien eras. He tenido un año para descubrir, redescubrir, crear y disfrutar de esa sonrisa incansable, de esa confianza salida de la nada, de los abrazos y de las palabras, sobretodo de tus palabras.

Y de repente te vas, cabrona. Y yo me quedo aquí preguntándome si era Mojoyoyo o…bueno, en fin, ya ni me acuerdo. Pero aquí estoy, cosechando mil dudas tontas de esas que sabes resolver en dos segundos, echando de menos a la rubia más increíble de Cádiz hasta Madrid.


Y todo esto es como decirte que te quiero y te echo de menos. Ah, claro, y lo de los 18, aunque eso es más secundario. 

                                                                                                         (A la maga de mirada marina)

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