Queridos tertulianos de la habitación vacía:
Siempre lleva encima esa
distancia de seguridad que asusta, la magia que robó a todo un circo y
silencios de los que merece la pena escuchar. Viaja sin brújula, y para no
perderse se ampara en el cielo (o en sus pupilas). Sigue creyendo en todo
aquello del firmamento, las rutas de luces muertas y las casualidades. Escribe
frente al estante de poesía y en la cama. Hace poco descubrió que sólo le tiene
miedo al miedo (con permiso de Carlos Salem) y que le encanta ser como Hoffman
y el LSD.
Adora los amaneceres, los
atardeceres, las noches sin luna y los días de mierda. Porque ella también fue
un poco de alguien, y un mucho de nadie. Siempre como un puzzle a medio hacer,
del que se conocen todas las piezas, como ese truco de magia que todo el mundo
sabe hacer. Le gusta ver la carretera desde el retrovisor del copiloto, y
caminar con los dedos en la chapa de la puerta. Prefiere las miradas perdidas a
desafiarse en duelos sin sentido.
Cazadora de horas muertas y
frases vivas, de acordes y risas que revive en cada trayecto a la ciudad. A
veces sólo necesita el olor a tierra mojada, el tacto de las rocas para
sentirse viva. No sabe hacer el nudo de una corbata, odia planchar las camisas
y no puede evitar sonreír a los niños en el metro. Cóctel molotov de los que
arden a mediodía, de los que no esperan.
Querría ser San Jorge, una de las
trabajadoras del Triangle Shirtwaist, alguien
parecido a Benedetti, cooperante perdida en un mar de alegrías sumergidas, la
primera persona que prestó un libro, un perfumista del París del XVIII... Pero
no una mente anestesiada, no alguien que es feliz creyéndose libre.
Sigue buscando ese momento en el
que dejar de ser una triste historia, a la deriva. Papel mojado y marea en una
tormenta de verano. Una sinsentido, de las que piensan que morir llena, y que
el vacío se queda aquí, a ras del suelo. Que odia decidir más allá de sí misma.
Amante de las puertas que no conducen a ningún lugar, soñadora distraída del
145. Risa conjugada en todos los pretéritos de un futuro atado al hoy. Siempre
a un paso de darlo, a un vagón de la realidad.
Triunfadora de intentos fallidos,
reina de castillos en el aire, en la arena. Su sonrisa es la fachada de un
edificio en ruinas que muy pocos pueden ver, no quiere limitarse a seguir
sosteniendo unos cimientos que jamás se sostuvieron.
Así que ahora soy, más o menos,
una sin techo existencial. (Pero sigo adorando escribirme en tercera persona)
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