¿Qué hay de patológico en eso?

-¿Ya no escribes?

La mesa está hecha un desastre: unas cuántas notas, el mantel de ayer, el último bestseller que un tío me regaló y un par de cafés. No puedo evitar recoger algunos granitos de azúcar con la yema de los dedos, como fingiendo no prestarle atención.

-No. - Era un silencio de esos que gritan todo lo que te callas. - Supongo que ayer estuvo tan lleno que hoy no puede estar más vacío. 

Me mira sin comprender, y en mi mente por fin me atrevo a romper la coraza. En mi cabeza todo explota y vuelve a comenzar, como un viaje sideral hacia una utopía sin sentido, hacia cielos de esos que sólo saben regalarse con la cabeza apoyada en su hombro. Hacia noches de estrellas fugaces y deseos que no se terminan de pronunciar, por el puro placer de mantener esa idea como algo inexistente. Otra calada. 

Y cien noches más para aprender a callarte esos ojos color batalla. Para aprender a mirarlos y poder pestañear como si no fuese a perder al mundo por hacerlo. 

-¿Encontraste ya la pieza perdida? 
Sé que todavía la guardas en el bolsillo. Que por alguna casualidad, de esas tontas, llevaba tu nombre escrito y que decidiste que por ello te pertenecía. Igual que las líneas discontinuas de alguna carretera, y todas las comas, todas las heridas de estas letras.

-Sabes que no. Da igual, lo importante es...¿Hacia que mar tendré que rezar para no volverte a ver? 

(Odio los diálogos, odio que ya no existan)

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