Vamos a vivir como si el tiempo nos odiara, como si nos faltasen las horas para echarnos de menos. Vamos a asesinar a todos los relojes, empezando por el de tu habitación. Vamos a hacer que las horas se suiciden en nuestra ausencia, que sé queden sin aliento en cada amanecer, a cada instante, en cada portazo. 

Vamos a lucharnos, batalla a batalla. Mi estrategia es derrotarte con un volumen de Benedetti entre las sábanas, ya sabes, que me necesites. Te como a suspiros porque en el fondo no me entiendes; porque no hago más que escribirte mil subtitulos en cada caricia, y tú sigues mirándome como si alguna vez pudiésemos ser el plural al que tanto te gusta amarrarme, no me entiendes; me bebo hasta tus ideas porque tú nunca entendiste lo del vodka y persigo tus cosquillas porque, en fin, es divertido. 

Vamos, a donde sea, pero vámonos. Joder, llévame a París y ni se te ocurra acercarme a la torre Eiffel, paséame por las calles más perdidas, vamos a fumarnos todas las indecencias que te escribo cada noche. Y luego me enseñas a volar para que al final el total parcial y el total general decidan no ser sinónimos. 

Después, vuelo directo (pero esta vez en avión; o en barco; o en verso). París-Buenos Aires. Vamos a discutir con la muerte en el metro, a perdernos mirando sus labios, a arrancarle a bocados el pintalabios, a preguntarle por qué se lleva en cada roce la chispa de ingenuidad que nos habíamos afanado en mantener intacta y por qué nos arranca en esa mirada de odio los últimos acordes de la canción. Ahora a ese bar, hay algo que me tienes que recitar. Recuérdame aquel día que miraste con terror a la pared, creyendo que aquella mancha era la muerte misma. Y luego hablamos de llorarlo todo, y de llorarlo bien. El final de la noche ya me da igual, sólo húndete en mi cintura y piérdeme entre tus caderas. 

Sólo por evocarnos en esta revolución sin precedentes, vamos a cruzar el puente de Estambul, vamos a ser parte de la calle, a respirar entre gritos de libertad y a buscarnos entre los muros de hormigón de las improvisadas bibliotecas, a encender vengalas cuando caiga la noche para demostrarles que no nos rendiremos. 

Me da igual que esto no sea París, que tu también te mueras por huir a cualquier prostíbulo de Buenos Aires, porque se respira más cultura allí que en cualquier museo, que sigamos tumbados en el suelo evocando a Estellés en cada gesto, me da igual. Pero vamos a creer a André Breton, vamos a ser surrealistas. No quiero dormir, jamás. 


Yo diría capaz, e incapaz de abrir los ojos e ir más allá. 

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