Día 23

Echando de menos las cosas más cotidianas: el café del mediodía, las tostadas del domingo por la mañana, remolonear en la cama, caminar descalza por el asfalto, las tardes al sol, despertarse con Vivaldi, dormir en bragas, el olor a incienso en el salón, rebuscar fotografías en los cajones, arrastrarse con desgana a la clase de química, el tacto de los libros, mirarle mientras afina las cuerdas de una guitarra que en la vida sabré tocar, el olor a fresa del cacao, el sabor a mar, sentarme junto a la chimenea y quemar las horas mirando el fuego, el armario de las especias de la cocina, el reflejo del agua de la piscina entrando por la ventana, apoyar la cabeza en los cristales del metro, releer lo último que escribí, dormir con la puerta abierta, guardar la ropa de invierno en cajas, mirar el techo desde la alfombra, la leche fría por las mañanas, pasar horas cocinando sólo para ver la cara que ponen, meter los pies en el agua, despertarse con el sabor de la última copa en los labios, hacer crujir los nudillos, no cerrar nunca la puerta del armario, las calles borrosas de noche, empañar los cristales, los abrazos al borde del tranvía, las camisetas de algodón, el sol de tormenta que hace que te lloren los ojos, los acordes de Si te vas, los putos días de lluvia; mirarte, y que se me derrumbe el mundo en un pestañeo.

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