Todavía era de noche cuando apareció en el andén de aquella vieja y solitaria estación acompañada de una enorme maleta metálica, un tomo de alguna biblioteca perdida en unas coordenadas olvidadas y algún que otro objeto sin interés. A las 7:15 un enorme espectro blanco cruzó la estación seguido de un chirriante silbido, en su interior, un par de víctimas de la rutina y la cafeína observaban con los ojos vacíos el otro lado del gélido cristal mientras ella sonreía sin cesar al helado viento que llegó con el tren y desapareció tan pronto como éste lo hizo.
Aquella estación era un enorme esqueleto de metal, rodeado de unos anchos muros que habían vivido mucho más que todas las personas que la pisaban a diario, dos vías lo cruzaban, bombeando cada pocos minutos a cientos de pasajeros que evitaban cruzar miradas y corrían hacía el exterior, como hacen las hormigas en busca de alimento. Era un lugar demasiado frío para recibimientos y, a menudo, lágrimas de impotencia y tristeza se perdían camino al andén, junto con algún anónimo pasajero.
Ella, en cambio, se sentaba sobre su metálica maleta, sacaba de su bolsillo un buen puñado de caramelos, pasaba un rato observando a los rápidos fantasmas y a aquellos que, con la mirada perdida y la mente en otro lugar, parecían no querer escapar de aquella cárcel y, finalmente, se disponía a hablar con el ya mencionado libro. Muchos la tratarían de loca, muchos ya lo habían hecho, pero ella abría otro de esos fantásticos caramelos y un torrente de sabor llenaba su boca, mientras su mente ganaba la carrera a los viejos espectros que cruzaban la estación.
Aquel día, recordó una de esas preguntas que siempre traen cientos de respuestas diferentes, y se dispuso a contestarla. Diez años atrás se rió de todos aquellos que ya habían planeado su vida con dieciséis años y, en aquel momento, volvió a reírse de todos los que la seguían planeando, pensando en que hacer al día siguiente, en un par de semanas o el próximo verano, y sin darse cuenta que el tiempo se les escapaba de las manos.
Al fin, un majestuoso monstruo de hierro arañó las vías hasta llegar a la estación, ralentizando su frenético ritmo hasta convertirlo en un lento movimiento que terminó por morir muy cerca del lugar dónde nuestra enigmática protagonista esperaba. Ella cargó su maleta, y se dirigió hacia la cárcel blanquecina que la llevaría hasta su pequeño refugio. Allí comenzaban las más fantásticas vacaciones no-planeadas de la historia, ¿Su destino? Ni siquiera ella lo conocía…
Me encanta!! esto más amenudo eh!!
ResponderEliminarun beso Arantxa :)
Gracias Enri :)
ResponderEliminarA ver si ahora que empieza la "rutina" consigo ponerme al día y empezar a subir más cosas,
Un besazo!