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Queridos tertulianos de la habitación vacía: Hoy es uno de esos días, un vacío me invade, pero no siento frío, ni dolor, ni pánico o tristeza. Se trata de un vacío conmovedor y cálido, casi ardiente, que parece recorrer todo mi cuerpo, lenta y rápidamente a la vez. Y me pregunto que será, porque me siento tan fuerte y tan frágil, tan acompañada del mundo como solitaria en un rincón. Tal vez es que todo termina, las luces se apagan, la música ya no suena, estridente y repetitiva, en mis oídos, y cuando cae la noche, busco el calor en alguna vieja sudadera en lugar de salir a la calle a gritar al cielo que la vida es corta y la quiero disfrutar. O tal vez, y sólo tal vez, este vacío es una ilusión, una mera invención de mi mente para recordarme que sigo viva, que me queda tanto, tantísimo, que el día que lo descubra, las horas se harán segundos y miraré hacía atrás, pensando en lo eterno que parecía todo entonces y lo efímero que era en realidad.  Y entonces, recordaré los grandes mo...
Queridos tertulianos de la habitación vacía: Es curioso, de nuevo nos volvemos a encontrar. No os había olvidado, simplemente había dejado que el polvo os cubriera hasta olvidar todo lo que me ayudáis, aun sin abrir la boca. Y os veo aquí, vuestras miradas expectantes, el silencio nos rodea y alguien mete la mano en la enorme bolsa de caramelos, comienza la tertulia. Escoge el sabor que más te guste. Limón, ácido, como las noches sin luna que paso mirando el techo, esperando que algo mágico ocurra y rompa con todo, con todos, conmigo . Recuperar la esencia, como aquellos caramelos de antaño, que sabían a fresas salvajes y montañas de nata. La esencia, poco a poco la perdemos, con cada paso, con cada mirada, con cada palabra o cada pequeño movimiento perdemos parte de lo que somos, como un sugus que lleva demasiado tiempo en el bolsillo de un pantalón, esperando que alguien le descubra... Descubrirme, como sólo vosotros sois capaces de hacerlo, como ahora mismo, cuando no puedo evitar ...

Letra tras letra...

Escribir es desgranar el alma, dejar correr las ideas bajo un manto de tinta oscura y espesa, sin pensar, tan sólo liberando a una encarcelada mente sobre el inmenso folio blanco.  Me vuelvo loca durante días, semanas e incluso meses, por exprimir aunque sea la más ínfima y diminuta gota de mi alma sobre un papel que espera ansioso a convertirse en un tesoro, y no consigo nada. Frases vacías, palabras ausentes y connotaciones, cuanto menos, insignificantes. Me pregunto si este es el resultado de tanto esfuerzo, y yo misma acallo mis dudas. ¿Esfuerzo? No, en esos momentos sólo busco el papel para mantener en silencio a mi charlatana mente, que no me ofrece nada, salvo dudas y reyertas sobre quién soy y quién llegaré a ser en algún tiempo.  En cambio, en noches tranquilas en las que duermo profundamente, me despierta un cosquilleo en la boca del estómago y, sin saber muy bien porqué, me dirijo al tercer cajón de mi cómoda y rescato a la olvidada libreta de matemáticas. ...

Recordar.

Recordar sus besos, ese escalofrío que sólo se consigue con un chapuzón en agua salada, recordar sus brazos, acercándote a sus profundos ojos como el mar en calma, recordar su risa, como una pequeña ola juguetona que te persigue por la costa, recordar su tristeza, como la solitaria sirena de un barco en alta mar,  recordar su voz, susurrando como la leve brisa marina, jugando en tu oído, recordar la impotencia de su mirada, un mar turbado de pensamientos oscuros, recordar su silueta alejándose sobre el asfalto como se aleja el sol de la playa. Recordar su aroma como se recuerda al mar en días de lluvia... Y caer en la cuenta, el verano terminó.

Quiero.

Quiero escribir amor y sentir como palpita cada letra bajo mi piel, quiero ver como cada centímetro de mi cuerpo se estremece al oír su voz,  quiero pasarme las noches haciendo y deshaciendo los besos que me dio, quiero mirarle a los ojos y poder ver mi reflejo en ellos, y sentir que sólo existimos los dos,  que el mundo puede seguir girando, ahora que está a mi lado .

Renovando viejas lecturas.

No hay nada más maravilloso que el olor de un libro nuevo . El lomo brilla, el título se lee perfectamente, las páginas tienen ese aroma de eternidad recién estrenada y las letras, con esas nuevas fuentes tan claras y simples de leer. He de decir que me encanta estrenar un libro, lo abres, lo observas cientos de veces y al final te decides a empezar con la lectura. Como nunca antes lo has leído, disfrutas con cada palabra al igual que un niño con un juguete nuevo.  No hay nada más maravilloso que el olor de un libro viejo . El lomo está descolorido, el título apenas es legible, las páginas se han vuelto amarillentas y conservan un extraño aroma a inmortalidad y las letras, perdidas entre la espesura de las tintas de una vieja máquina de escribir. He de decir que me encanta releer por enésima vez el mismo libro, lo tocas, captas la vejez de sus tapas, te fijas en la fecha de la primera edición, ¡Dios santo!¿tanto tiempo hace? y al final te decides a embarcarte en la historia ya...

Tinta y papel, guardianes de la eternidad.

La tinta es la carcelera del alma. La aprisiona bajo pesadas grafías impresas en áspero papel y no la deja escapar nunca. Por eso, cada letra que escriben estas manos contiene una cantidad ínfima de un alma que se ha ido perdiendo entre oscuras tinturas, pero sé que, alguien, tal vez no tú ni yo, leerá estas palabras, estas porciones de alma que seguirán intactas eternamente, y las recordará durante una fracción de tiempo indeterminado. Ese tiempo, tan desconocido para nosotros como para nuestro querido lector, hará que el alma, mi alma en este caso, se vuelva enorme e invencible, atrapada entre el polvo de una vieja estantería.