"Cuando hace falta nunca retrasan los vuelos"
Era un lunes de café amargo sin azúcar, con un sol que no sé por qué cojones seguía brillando y con los niños correteando hacía la puerta de las escuelas como si nada terrible estuviese a punto de ocurrir. Y las maletas en la puerta. Yo no sabía que tu vida cabía en dos Samsonite y una bolsa de deporte, pero supongo que hasta las verdades te odiaban por marcharte y habían decidido vengarse en mi cabeza. Aquel día una sucursal de no sé qué empresa te robó esa mirada de niñato que ponías de vez en cuando, y a mí tus quejidos de media noche cuando solo quería comerte a besos una vez más. Nos robó el tiempo, y te lo cambió por un puñado de billetes que nos pagaban los pasajes a tu apartamento de alquiler y vinos baratos, pero que hacían crecer todo lo que nos debíamos. Tampoco sabía que los kilómetros dolían tanto, pero lo aprendí dos semanas después de ver el avión perdiéndose en el azul de un cielo que parecía no tener nada que ver con nosotros, cuando cada baldosa de la ca...