Escribo con tiza los días que llevo sin verte, y termino cansada de pintar en la pared todos los ratos que nos quedamos a medio vivir. Sigo planeando las semanas, ya sabes, con el fosfi en una mano y la agenda en la otra; sin embargo hace tiempo que dejó de ser tan divertido si entre las páginas de exámenes no aparece ninguna frase de las tuyas, si en Junio no hay un montón de monigotes disfrutando de su propio final de curso, si un día como hoy se puede escribir sin tropezarse en cada línea con un cumple Paula. Supongo que las clases de química seguirían siendo jodidamente aburridas aunque tú estuvieses, aunque yo no vuelva a tocar uno de esos libros en mi vida. Sin embargo, a veces me parece que las echo de menos: a ellas, a comprobar que nuestro sistema nervioso funciona correctamente a golpetazo de rodilla, a darnos cuenta de que las fórmulas se han multiplicado en la pizarra y no nos enteramos de nada, a mirar incansablemente Twitter y partirnos de risa desde la primera fil...
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Me moría de ganas por volver a casa con las medías rotas, aunque la culpa no la tengan tus manos. Me moría por volver a compartir un vacío, escondidos en algún portal. Por tu sonrisa. Por otra calada más de ese morbo que convertías en volutas, inundando tu habitación, ese balcón a una playa que nunca visitamos. Me moría. Y creo que aún sigo así, muriendo. Matándome, con esta valentía suicida de echarte de menos. Pero morirse no está tan mal. Es como decir que odias viajar en metro cuando te encanta pasar 50 minutos con Robe susurrándote al oído que eres más puta que la Luna. Morirse va de inundarse en cerveza por un par de monedas, de secretos con más mentiras que admiración, de cartulinas en espejos. Morirse también es leer desde Rayuela a Grey, pasando por Rousseau y odiando a Fantova, todo a la vez mientras dinamitas la batería del teléfono, saltar desde la ventana del tercero viviendo en una planta baja. Y vivir no es más que la mentira que te vende la tele, las escaleras ...
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Queridos tertulianos de la habitación vacía: Siempre lleva encima esa distancia de seguridad que asusta, la magia que robó a todo un circo y silencios de los que merece la pena escuchar. Viaja sin brújula, y para no perderse se ampara en el cielo (o en sus pupilas). Sigue creyendo en todo aquello del firmamento, las rutas de luces muertas y las casualidades. Escribe frente al estante de poesía y en la cama. Hace poco descubrió que sólo le tiene miedo al miedo (con permiso de Carlos Salem) y que le encanta ser como Hoffman y el LSD. Adora los amaneceres, los atardeceres, las noches sin luna y los días de mierda. Porque ella también fue un poco de alguien, y un mucho de nadie. Siempre como un puzzle a medio hacer, del que se conocen todas las piezas, como ese truco de magia que todo el mundo sabe hacer. Le gusta ver la carretera desde el retrovisor del copiloto, y caminar con los dedos en la chapa de la puerta. Prefiere las miradas perdidas a desafiarse en duelos sin sentido. ...
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Queridos tertulianos de la habitación vacía: Jugar a ser Dios con polvo de ángel, por aquello de que la soledad asusta más que las agujas. Y volver a soñar con olvidarlo todo (de nuevo). Toda una vida esperando para ser contada: Pero yo nunca tuve uniformes, ni papelinas, ni botellas en bolsas de papel. No he vivido de incienso y vidrieras, no me he cobrado ni uno sólo de mis pecados en oraciones. No he escrito en los portales, para ser el pseudónimo de algún anónimo que decidió que aquella pared era el lugar perfecto para aquel grito de libertad en naranja butano. No he sido una de esas niñas bien con vidas mal, de las que creen que van a 200 por hora cuando lo único que han hecho es desabrocharse el cinturón de seguridad. Sigo huyendo de todas esas mierdas que nos han hecho un poco menos personas, sigo sonriendo cada vez que me quedo sin cobertura en mitad de la nada, sólo porque llevaba meses deseando no estar disponible para nadie, para nada. Yo sigo sosteniendo infiern...
¿Qué hay de patológico en eso?
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-¿Ya no escribes? La mesa está hecha un desastre: unas cuántas notas, el mantel de ayer, el último bestseller que un tío me regaló y un par de cafés. No puedo evitar recoger algunos granitos de azúcar con la yema de los dedos, como fingiendo no prestarle atención. -No. - Era un silencio de esos que gritan todo lo que te callas. - Supongo que ayer estuvo tan lleno que hoy no puede estar más vacío. Me mira sin comprender, y en mi mente por fin me atrevo a romper la coraza. En mi cabeza todo explota y vuelve a comenzar, como un viaje sideral hacia una utopía sin sentido, hacia cielos de esos que sólo saben regalarse con la cabeza apoyada en su hombro. Hacia noches de estrellas fugaces y deseos que no se terminan de pronunciar, por el puro placer de mantener esa idea como algo inexistente. Otra calada. Y cien noches más para aprender a callarte esos ojos color batalla. Para aprender a mirarlos y poder pestañear como si no fuese a perder al mundo por hacerlo. ...
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Queridos tertulianos de la habitación vacía: Música de motor de furgoneta trazando curvas en la sierra y lágrimas de tinta deshaciéndose sobre el papel. Evocar al sol de invierno que nos conducía al fin del mundo, a 1830 metros del susurro del mar, a casi 2000 del salto que nos llevó a estallar aquel verano. Los acordes que provocaba el viento silbando a través de las ventanillas, las risas de los primeros asientos y nuestras miradas, nómadas de maletero y amantes de las horas perdidas, rastreando las pinceladas verdes que se sucedían a toda velocidad ante nuestros ojos. Rasgarse como el papel, apoyando la espalda en la rueda delantera, mientras esperamos al resto. Romper a reír en mitad de la carretera, girando el mapa y buscando un destino. Estallar en carcajadas mientras buscamos el equilibrio entre las líneas discontinúas del asfalto. Aferrarme al sol reflejándose en tus Ray-Ban, mientras garabateo en la libreta con los pies encima del salpicadero. La...
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Vamos a vivir como si el tiempo nos odiara, como si nos faltasen las horas para echarnos de menos. Vamos a asesinar a todos los relojes, empezando por el de tu habitación. Vamos a hacer que las horas se suiciden en nuestra ausencia, que sé queden sin aliento en cada amanecer, a cada instante, en cada portazo. Vamos a lucharnos, batalla a batalla. Mi estrategia es derrotarte con un volumen de Benedetti entre las sábanas, ya sabes, que me necesites. Te como a suspiros porque en el fondo no me entiendes; porque no hago más que escribirte mil subtitulos en cada caricia, y tú sigues mirándome como si alguna vez pudiésemos ser el plural al que tanto te gusta amarrarme, no me entiendes; me bebo hasta tus ideas porque tú nunca entendiste lo del vodka y persigo tus cosquillas porque, en fin, es divertido. Vamos, a donde sea, pero vámonos. Joder, llévame a París y ni se te ocurra acercarme a la torre Eiffel, paséame por las calles más perdidas, vamos a fumarnos todas las inde...