Domingo de resurrección
Camino de puntillas cien metros detrás de tus silencios. Con las manos frías y una serpiente arrastrándose entre mis costillas, retorciéndose en mis pulmones cada vez que no me quieres besar. Me digo que si, que ahora luego; al cruzar esta calle, al pasar aquel semáforo, al atardecer, al volver a casa; entonces te acordarás de cómo te gusta cuando mi lengua se abre paso en tu boca y me arrinconarás en el ascensor, con prisa por quemarme la ropa, mordiéndome el labio con tu calma, como si no estallara el universo cada vez que me tocas. Pero cruzamos la calle y me sueltas la mano; pasamos el semáforo y no me hablas del hambre salvaje que te crece en el pecho; se cae el sol entre las colinas y ahora todos pueden sentir este frío que llevo dentro; volvemos a casa y no nos encuentro porque hay algo más, algo denso y pegajoso que no me deja acercarme a ti sin llorar. Estoy leyendo a Almudena Grandes y me repito como un rezo que si aprendo a fumar con abandono, si empiezo a llevar bragas...