Amores que matan
Cae la tarde sobre el campo de octubre, demasiado soleada para perderse en el calor del fuego, demasiado fría para sonreír a la nostalgia. Un camino, empolvado de viajeros inexistentes y pisado por recuerdos, serpentea entre los todavía dorados campos. La brisa, que aparece y desaparece caprichosa, hace jugar a las espigas que se mantienen en pie. Rozando el horizonte, cabañas deshabitadas con olor a humo de quién sabe cuántos años atrás. Rompiendo el silencio, una sombra dubitativa, perdida, aparece cruzando el campo. Su preocupación se torna en una tímida sonrisa al descubrir, como un oasis en mitad del desierto, aquel amasijo de viejas casas que un día debió de ser el orgullo de labradores. Llama dubitativamente a la puerta de la primera cabaña, convencido ya de que nadie saldrá a recibirlo. Los toques de sus nudillos contra la vieja madera parecen despertar el invierno en aquel lugar. Una niebla densa comienza a reptar por los tobillos del viajero, cubriendo hasta dónde alcanza la ...