Llueve sobre mojado
Taburetes de cuero y azulejos en las paredes. Un espejo oxidado tras la barra, junto al camarero que, silbando sin demasiado entusiasmo, limpiaba unos cuantos vasos. Una mezcla de humo y polvo cubría el ambiente, la luz a penas atravesaba unos metros hasta convertirse en más humo, en más polvo. Los parroquianos, como náufragos de los 90, se arremolinaban alrededor de una vieja mesa de billar, en el oasis que era para ellos aquel establecimiento. Un par de ellos disputaban una terrible partida a los naipes en una pequeña mesa perdida entre el humo y los posters de viejas glorias, otro, abandonado al placer de su habano, leía ensimismado el periódico. El reloj parecía haber detenido su tic-tac años atrás, seguramente indignado con la ley anti-tabaco o tal vez abandonado a su suerte en aquella pared. Martini seco con hielo en un vaso que hubiese sido el hazmerreír de cualquier coctelero. Un dedo tamborileando, paseando hacía el abismo en el borde de aquel vaso. Una sonrisa ...