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Self-portrait of a bookshop

I can get a hint of what is going on through the white curtain. The glass of the store window vibrates whenever someone opens or closes the door of the little shop. Voices, conversations covered by gentle music, softs “thank you’s”, and then the bell ringing when the clients leave. Nothing for a while. It is a slow Sunday afternoon, and the days are getting shorter and colder way faster than I ever thought they would before moving to this country. The bell rings again, and someone gets in. From my position, I cannot see them locking eyes, the clients walking around the store, but I can feel their gazes seeking each other. The pace of their steps is telling a story. Second. No. Third date. They haven’t slept together yet. But her hands cannot keep off him for longer, I sense she’s grabbing that thick book with a yellow cover as a strategy to stop herself from running to his arms. A couple of cockroaches are sipping tea in the front cover. She stares at him. Smiles at him. I cannot s...

El terror

  Me veo siempre desde fuera. Sentada en la cama, con las manos entrelazadas y la mirada fija en un punto absurdo, irrelevante cómo a veces me parece que es mi vida, sobre todo cuando los días son largos y no puedo parar de pensar una y otra vez en todas las veces que no me elegí. Me veo con una sonrisa ausente, mientras celebran a mi alrededor victorias que yo sigo considerando batallas perdidas, sigo sin entender cuál es el mérito. No. No es cierto. Si hay batalla, y lucha, y ha habido sangre y mordiscos y lágrimas y rabia. ¿Y si soy valquiria? Y por eso tuve que cruzarme el mundo, no sentarme al sol en un octubre tibio, no acurrucarme en el nido de la vida que me vino dada, no conducir con un atardecer naranja en una tarde de enero con una camisa de algodón y un jersey esperando en el asiento del copiloto, no, eso ya no. Sólo frío, y noche, y lucha, y batalla y la sensación de irse a la cama con todas las heridas abiertas, palpitando la sangre en mis entrañas y feliz. Feliz de v...
Creo que en Lago ya no me amabas, que ya no te parecía gracioso que siempre tuviera hambre de ti. Que mirarte a los ojos y decirte en voz alta que me moría por recorrerte palmo a palmo con mis manos no era tu estilo, que nunca lo había sido. Creo que me acuerdo. No lo creo, recuerdo nítido el frío susurrándome en la nuca, los pelos de punta, las manos entre los muslos para sentir calor. Siempre tengo tanto calor y tan poquito con el que abrazarme el cuerpo, siempre las manos frías y las tripas hirviendo. Pensaba en la cena en el vino. Pensaba en que de todos los vinos del mundo el único vino que me gusta es el vino blanco, afrutado, pero no dulce, ni seco, algo como el agua de coco con menta, aunque nunca he probado el agua de coco con menta y en realidad no me gusta beber mientras como. Pensaba en porque alguien que me quiere me llevaría a un sitio de vinos, si no me gusta el vino. Pensaba en la conversación de la mesa de al lado, esas tres mujeres navegando entre risas un menú ...

5 kilos.

  She weighed her love in kilograms. The ones she lost or gained depending on how much love she had to beg outside. She was hiding in the crags of her many times broken little heart, looking at the numbers on the scale, and waiting patiently for her new adventure. She unconsciously punished herself by fasting. She would hear her intestines roaring, and she would repeat to herself: guilt, guilt, guilt, chaining the syllables and turning it into a prayer. She was convinced that in the lightness of her flesh, in making her fragility visible to everyone, she would find a way to fly away from that dark sensation that was latching onto her throat. She remembered that the lust that was consuming her every day never touched his body; she just gave him a glimpse of it, and that was enough to scare him for life. She told herself over and over again that her body was not deserving of the warmth and that she would never be touched with the passion she expected. She saw herself in front of th...

Domingo de resurrección

Camino de puntillas cien metros detrás de tus silencios. Con las manos frías y una serpiente arrastrándose entre mis costillas, retorciéndose en mis pulmones cada vez que no me quieres besar. Me digo que si, que ahora luego; al cruzar esta calle, al pasar aquel semáforo, al atardecer, al volver a casa; entonces te acordarás de cómo te gusta cuando mi lengua se abre paso en tu boca y me arrinconarás en el ascensor, con prisa por quemarme la ropa, mordiéndome el labio con tu calma, como si no estallara el universo cada vez que me tocas. Pero cruzamos la calle y me sueltas la mano; pasamos el semáforo y no me hablas del hambre salvaje que te crece en el pecho; se cae el sol entre las colinas y ahora todos pueden sentir este frío que llevo dentro; volvemos a casa y no nos encuentro porque hay algo más, algo denso y pegajoso que no me deja acercarme a ti sin llorar.  Estoy leyendo a Almudena Grandes y me repito como un rezo que si aprendo a fumar con abandono, si empiezo a llevar bragas...

Esta tierra nuestra

  Tu siempre me mirabas con tus ojos de lobo retirado, sonriendo con las orejas puntiagudas, con la calma impertérrita del cazador acostumbrado a la brisa , me rozabas la nuca con la punta de los dedos y todo en mi cuerpo temblaba. Te sabías dueño de mi pecho, padre de mis miedos y anfitrión de ese mundo que sólo nosotros compartíamos. Temblaban los cimientos de mi vida: unas caderas que no me pertenecían desde que las conquistaste a bocados; un cuerpo que resucitaba cada vez que respirábamos el mismo aire; unos ojos que habían aprendido a mirar a través de los tuyos, reflejándose en tus pupilas. Me crecían, salvajes, las ganas de abrirte en canal y lamerte los huesos. Acercarme a tu alma y plantar una semilla. Y ver crecer con el tiempo ese árbol, ese niño con tus ojos que en realidad era mío. En los orgasmos veía flores. Y luego, la noche. Con el tiempo aprendí a devolverte aquella mirada de loba hambrienta a deshora. A dejar de mirarte desde la herida, desde el dolor tierno...

añicos

¿Y qué si yo quiero morirme de hambre? ¿Y qué si no quiero beber?  ¿Y qué si no puedo dormir? ¿Y qué si me hablo con crueldad? Estas son mis aspiraciones: Sentarme a escuchar el eco en un templo vacío. Mirar al cielo y esperar. Avivar el fuego con la calma de quién lo vio nacer.  Abro la agenda y leo: Miserias de 8 a 12, yoga los miércoles, jueves de batalla y autosabotaje, revisar los correos, eliminar, eliminar, eliminar, spam. 3 noches sonriendo a desconocidos por el salario mínimo. 8 horas de sueño, menos los 15 minutos de sermón destructivo dando un repaso a tu vida y pisando cristales. Levantarse a las 6, otro día gris. El martes: sentirme querida, darme una tregua. Mirarme bonito al analizarme en el espejo, pero sólo hoy. Escribirlo todo en una nota del móvil. Borrar.  Encadenada a un calendario. A una fecha de entrega. Al "mañana te llamo, que hoy estoy muy liada". Poniendo distancia. Alzando los muros. ¿Y ahora qué? Ahora, no sé. ¿Tengo que saberlo? Encadenada a ...